Jessica Pegula: la niña rica desconocida que está revolucionando el Open de Australia
5 minutos de lecturaLo mismo que algunos deportes (el fútbol, sin ir más lejos) han tenido tradicionalmente la catalogación de actividades «populares», al alcance de cualquier persona con ganas de practicarlo independientemente de sus recursos, hay otros con reputación de elitistas. El coste de las instalaciones y el equipamiento necesarios, la falta de referentes de clases medias y bajas entre los campeones, y cualquier otra consideración que los sociólogos quieran determinar han contribuido a esta percepción. Hay juegos como el golf que luchan con éxito relativo por deshacerse de esa etiqueta; otros, como el tenis, parece que lo van logrando y, mal que bien, ya se consideran algo común, al alcance de todo el mundo.
La figura de Jessica Pegula, sin embargo, apunta en sentido totalmente contrario, porque quizás en su cuenta bancaria haya más dinero que en las de todas sus competidoras juntas. Y puede que también si incluimos a los participantes en el cuadro masculino, considerando hasta a Nadal y a Djokovic (y a Federer si estuviera). Sin embargo, a sus 26 años, esta estadounidense era hasta ahora muy poco conocida en el circuito.
Pero Jessica ha irrumpido con fuerza tras conseguir, por ahora, alcanzar los cuartos de final del Open de Australia. Lo ha logrado con mucho mérito: derrotando ni más ni menos que a la ucraniana Elina Svitolina, quinta cabeza de serie. Para añadir brillo a su momento de gloria, en rondas anteriores ya había vencido a figuras ilustres como la bielorrusa Azarenka, la australiana Stosur o la francesa Mladenovic. Su siguiente rival será la también norteamericana Jennifer Brady, situada casi 40 puestos por encima de ella en el ranking mundial. Porque lo más sorprendente de todo es que, aunque su ubicación subirá en los próximos días, ahora mismo Jessica aparece en el puesto 61º de la clasificación de la WTA.
Si eres aficionado a los deportes norteamericanos, esos que allí tienen muchísimo tirón pero que en este lado del Atlántico, por unos motivos u otros, no terminan de cuajar, es posible que el apellido Pegula te resulte familiar. Y más aún si te decimos que está muy ligado a la ciudad de Búfalo, en el extremo occidental del estado de Nueva York, muy cerca de las cataratas del Niágara. Allí nació Jessica en 1994 y allí se crio antes de convertirse en profesional de la raqueta.
Sus padres son los Pegula: Terry y su segunda esposa, Kim. El matrimonio es propietario de los Buffalo Bills, equipo de football que compite en la NFL y que, aunque nunca ha participado en la Super Bowl, sí es habitual de los playoffs; sin ir más lejos, en la última edición llegó a ser finalista de la AFC (es decir, semifinalista del campeonato), cayendo derrotado por Kansas City. La pareja adquirió los Bills pagando a los anteriores dueños 1.400 millones de dólares allá por 2014. Curiosamente, en la subasta para quedarse con ellos derrotaron a un consorcio liderado por Jon Bon Jovi… y superaron también la oferta que presentó Donald Trump.
No es esta la primera incursión en el deporte de Terry Pegula: poco antes, en 2011, ya había comprado los Buffalo Sabres, la franquicia local de la liga de hockey sobre hielo (NHL). Esta compra le salió más barata: 189 millones de dólares, incluyendo saldar las deudas que había contraído la entidad. Con los sticks los resultados han sido más discretos: nunca han sido capaces de meterse siquiera en las rondas eliminatorias.
La lista de equipos deportivos propiedad de los Pegula incluye también los Buffalo Bandits, un equipo de lacrosse que venía en el lote con los Sabres, y algún otro club menor que funciona como filial de los principales. El conglomerado de posesiones de la familia incluye la compañía Pegula Sports and Entertainment, que aparte de gestionar las distintas plantillas y sus infraestructuras, comprende también negocios inmobiliarios, un canal de televisión, una discográfica especializada en música country y una agencia de marketing.
¿De dónde han sacado tanto capital los Pegula? La riqueza familiar procede fundamentalmente del sector petrolífero. Terry, hijo de un minero de carbón, estudió ingeniería y, tras trabajar en varias prospecciones, fundó East Resources, una compañía especializada en la búsqueda de gas natural. Empezó en 1983 con un capital inicial escaso, de 7.500 dólares aportados por familia y amigos, pero ya en el siglo XX encontró un yacimiento enorme cerca de Marcellus, en pleno centro del estado de Nueva York. O más bien descubrió la forma de extraerlo de forma masiva y segura, puesto que el depósito subterráneo se conocía desde hacía décadas pero estaba prácticamente intacto.
Las preocupaciones medioambientales debido a los residuos generados por la técnica de fracking no impidieron que Terence obtuviera ganancias estratosféricas, sobre todo cuando vendió la mayor parte los derechos de su compañía a Shell por 4.700 millones en 2010, y el resto a AELP por otros 1.750 millones. Entre adquisiciones, inversiones y actos filantrópicos, se estima que la fortuna actual del patriarca está algo por debajo de los 5.000 millones de dólares. En euros, ahora mismo, son unos 4.100 millones.
Jessica Pegula, como hija mayor del matrimonio, es la heredera del imperio. Si algo está claro es que no juega al tenis por dinero, ya que los ingresos que puede obtener (2.750.000 dólares australianos, algo menos de 1.800.000 euros al cambio actual, si ganara el Open) son irrisorios con respecto a lo que ya tiene. Con una parte de lo que le toca ya ha podido poner en marcha dos negocios: un restaurante en un centro comercial propiedad de sus padres y la línea de cosméticos Ready 24.
Y pese a que nunca le ha faltado nada, tampoco ha escatimado esfuerzos para prosperar por su cuenta sin depender del apellido. Lleva en el tenis profesional desde 2011 y, aunque no ha ganado ningún título, sí puede presumir de haber participado en los cuatro Grand Slams y de haber llegado a ser la 55ª del mundo. Todo eso a pesar de la sucesión de lesiones de rodilla y cadera que estuvieron a punto de llevarla a la retirada prematura en 2017.
«El tenis es lo mío, es mi trabajo, es mi carrera, y mis padres no tienen nada que decir sobre lo que hago en la pista», asegura. Aunque, pese a lo que pudiera parecer, la relación con el clan es muy buena: «Todos me están animando desde casa. Cuando era joven quería hacerme un nombre por mí misma. Luego me di cuenta, cuando fui creciendo, de que tenía que convivir con esta situación familiar y pasármelo bien».