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El relicario de la familia napolitana de Maradona

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Los Vignati cuidaron de Diego Armando Maradona durante su estancia en Nápoles y con los años entablaron un vínculo “familiar” que ahora, tras su muerte, recuerdan con emoción, contemplando las reliquias que el astro les regaló y que custodian en su hogar de la humilde periferia de la ciudad.

La casa de la familia se distingue enseguida en el barrio obrero de Secondigliano. A la puerta de un parco bloque de ladrillos de cinco pisos se ha pintado la efigie del Pelusa y una corona de flores y varias velas parecen lamentar su reciente fallecimiento.

Mientras, en un balcón de la tercera planta ondea una tela con el rostro del mito, entre sábanas y ropajes que se secan al sol de este apacible noviembre, y reza la frase “Te quiero, Diego” en inglés, en una suerte de declaración amorosa universalmente comprensible.

En el apartamento reside todavía la familia Vignati y sus miembros, hasta los más jóvenes, reverencian a un icono al que mucho deben y aprecian, pues se ocuparon de servirle y cuidarle.

El patriarca de la familia, Saverio Silvio, fue durante treinta y cinco años el custodio del estadio San Paolo; su esposa, Lucia, fue cocinera y ama de llaves de la casa de Maradona en la vía Scipione Capece, y la hija de ambos, Raffaella, cuidó de las dos hijas que el argentino tuvo con Claudia Villafañe, Dalma y Giannina.

Se trata, en definitiva, de una familia que se desvivió por atender al futbolista a lo largo de siete años en los que encumbró al equipo local, el Nápoles, entre 1984 y 1991, otorgándole sus dos primeros títulos ligueros, algo impensable hasta entonces.

Y pronto acabaron por considerarle uno más: “Teníamos una relación familiar y visceral, para nosotros Maradona es un hermano”, asegura a Efe uno de los hijos de los señores Vignati, Massimo.

Para dar fe de esta estrecha relación personal, muestra el que es el tesoro más valioso de la familia, una colección de numerosos objetos personales del Pelusa custodiados en el sótano del edificio, punto de peregrinación de la hinchada napolitana y de medio mundo.

Maradona durante años regaló a la familia muchos de sus enseres, galones de sus gestas más admiradas, y tras la muerte del señor Vignati en 2006, su hijo Massimo decidió fundar una asociación con su nombre y montar esta suerte de museo de la estrella argentina.

Entrar en el sótano de este suburbio es un viaje en la memoria napolitana del futbolista. Sus paredes están cubiertas por un sinfín de fotografías que expiran cariño recíproco y en sus estanterías se acumulan las “reliquias” del Pibe de Oro.

Están por ejemplo las botas que el futbolista calzó en el Mundial de 1986 y cuenta también con dos camisetas del Nápoles que atestiguan la influencia del astro: una sin insignias y otra con el primer “Scudetto” de 1987 y la Copa Italia bordados en el pecho.

Se exponen una fotocopia del contrato de su paso del Barcelona al club italiano, mochilas, recortes de prensa, un rosario, sudaderas o hasta su banco en el vestuario: “Desconozco el valor de todo esto, dígamelo usted”, zanja Massimo al ser preguntado al respecto.

“Son recuerdos regalados personalmente a mi, a mi familia o a mis hermanos, cosas que nos fue dejando poco a poco. Este museo nació tras la muerte de mi padre, que tenía todo en el estadio San Paolo. Entonces decidimos llevarnos todo por seguridad”, confiesa.

Este napolitano recuerda con emoción las veces en que el astro argentino acudió a su casa, ya sea de forma discreta o con alguno de los tres Ferrari que conducía por la ciudad, uno de ellos un Testarrosa al que decidió cambiar su emblemático rojo por el negro.

Maradona, asegura, solía visitarles en los cumpleaños de la familia. Lo hacía casi siempre de noche, en cenas que devenían en fiestas hasta el amanecer y en las que se degustaban los platos que preparaba la “mamma” Lucia, como sopa de pescado, tortas o “freselle” y espagueti con ajo, aceite o tomate y mucha macedonia.

La señora Lucía, de 73 años, ha recibido con enorme pesar la noticia de la muerte del argentino y su hijo excusa su ausencia en el “museo” asegurando que “no se encuentra bien”.

Precisamente en una de las fotos se puede ver a Maradona y a la mujer que tanto le cocinó abrazándose emocionados durante una fiesta que le hicieron hace unos años en el restaurante del excapitán Giuseppe Bruscolotti.

En la familia aún recuerdan la luna de miel de la hija Raffaella en la casa del astro en Argentina en 1994 y la sensación que suscitaba entre los vecinos de este barrio obrero cada vez que pasaba por allí.

“Saludaba a todos”, rememora otro de los hijos, Salvatore, insistiendo en el apego que sentía por las personas más humildes, más allá de las fiestas y desmadres que acabarían empañando su legado.

Massimo jura y vuelve a jurar que no percibe un solo euro con las visitas a este peculiar museo “azzurro” y si alguien dona algo de dinero, pues en ocasiones ha mostrado estos objetos en exposiciones de otras ciudades, lo destina a beneficencia, en concreto a comprar material para el hospital infantil de Santobono-Pausilipon.

La muerte de Maradona ha llenado de pesar la casa de los Vignati, incluso a las nuevas generaciones que no conocieron al astro, como el joven Simone, o los hijos de Massimo, uno de ellos bautizado Diego como otros muchos niños de la ciudad en honor al jugador.

Pero reconocen que “Diego” es ya una figura indeleble para ellos y para toda esta ciudad del pobre sur italiano pues, a fin de cuentas, Maradona siempre fue visto como “un napolitano nacido en Argentina”, zanja Massimo.

Gonzalo Sánchez

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